En el contexto educativo actual, el juego ha emergido como una estrategia pedagógica esencial para el desarrollo integral de los niños. Desde la política pública para la educación parvularia en Chile, se reconoce su importancia, declarándolo una herramienta pedagógica fundamental en la implementación de los referentes curriculares del nivel. No obstante, su implementación en las aulas sigue siendo un tema de debate ya que algunos lo consideran una actividad secundaria, mientras que otros defienden su valor intrínseco en el aprendizaje.
El juego, lejos de ser una simple actividad recreativa, es una herramienta poderosa que facilita el aprendizaje en múltiples dimensiones. Su valor no solo radica en la capacidad para educar, sino también en su habilidad para crear experiencias enriquecedoras que permanecen en la memoria, evocando sentimientos de alegría y gozo. Diversos estudios han demostrado que el juego potencia el desarrollo cognitivo, social y emocional de los niños. Según UNICEF (2018), “el juego permite la creación de conexiones neuronales a un ritmo sorprendente, vital en los primeros años de vida”.
Desde una perspectiva cognitiva, el juego ayuda a los niños a desarrollar habilidades esenciales como la resolución de problemas y el pensamiento crítico. A través de actividades lúdicas, los niños pueden explorar conceptos abstractos de manera tangible, lo que facilita una comprensión más profunda. Por ejemplo, construir una torre con bloques no solo es divertido, sino que también enseña principios básicos de física y matemáticas.
En el ámbito socioemocional, el juego es un catalizador para el desarrollo de habilidades interpersonales. Los niños aprenden a compartir, negociar y resolver conflictos, habilidades fundamentales para su vida adulta. Tal como lo define Tonucci, “Jugar para un niño es la posibilidad de recortar un trocito de mundo y manipularlo para entenderlo”. La Superintendencia de Educación Parvularia (2024) subraya que “el juego libre y espontáneo es vital para que los niños desarrollen una autoestima saludable y aprendan a confiar en sus propias capacidades”.
El juego es una necesidad básica para el desarrollo infantil, comparable a la nutrición y el cuidado médico. Su integración en la educación no debe ser vista como opcional, sino como esencial. Las políticas educativas y los enfoques pedagógicos deben adaptarse para garantizar que todos los niños tengan acceso a experiencias lúdicas de calidad. Al hacerlo, no solo mejoramos los resultados educativos, sino que también contribuimos al desarrollo integral de individuos capaces y seguros de sí mismos. En este sentido, el juego se erige como el pilar fundamental de una pedagogía humanizante, centrada en el interés superior del niño, moderna y eficaz.
